Después de visitar San Francisco, dos aficionadas al vino como nosotras no podíamos dejar de visitar el Valle de Napa. Una carretera de doble vía recorre todo el valle en una sucesión de bodegas, viñedos y pueblecitos pintorescos. Todo muy cuidado, es una pena que aquí no se le de la importancia que tiene al entorno. En Napa no se ven grandes edificios ni aberraciones urbanísticas. Lo que si se ve es un turismo de calidad dispuesto a disfrutar del vino y la gastronomía en un entorno idílico.
Las bodegas visitables son tantas que es difícil elegir. Optamos por las que ofrecen una visita más experiencial, empezando por Sterling. Todas las bodegas americanas cobran por la visita y los precios no son para nada baratos, entre 20 y 30 dólares. Eso si, la experiencia merece la pena y siempre va a compañada de una cata de entre 5 y 10 vinos.
Sterling Vineyards se sitúa en lo alto de una colina con unas vistas excelentes de todo el valle. La particularidad de esta bodega es el antiguo teleférico que te trasporta desde el valle a la colina en la que está enclavada. La visita se hace sin guía, a través de paneles informativos, pero en varios puntos del recorrido hay pequeños wine corner en los que una persona te invita a probar una variedad de sus vinos y te informa de sus características junto con las historias de la bodega. Me gustó mucho este concepto.
La mayoría de las bodegas americanas elaboran muchas referencias por lo que en la cata que se ofrece tras la visita hay que elegir cinco entre los más de 20 vinos que ofrece la casa. La cata se paga pero si compras algo en la tienda, te devuelven el importe. Hay varias mesas para catar por tu cuenta pero todas están atendidas por personal de la bodega que te explica la variedad de vinos que elaboran y sus peculiaridades. Fue divertido cuando nos preguntaron de donde veníamos y al explicar que de La Rioja conocían el sitio por referencia de los vinos claro. Aunque no creo que sean conscientes de lo que tenemos aquí porque acto seguido preguntaron a ver si habíamos visto alguna vez una bodega tan grande como Sterling... a poco nos morimos de la risa. La verdad es que la bodega resulta a la vista mucho más pequeña que muchas riojanas, pero su producción anual no es para nada pequeña ya que pasa de las 400.000 cajas.
Las opciones de alojamiento en la zona son muchas, de calidad, pero nada baratas. Elegimos un hotel encantador en Napa, Elm House Inn. La recepcionista estaba haciendo magdalenas para el desayuno del día siguiente cuando llegamos. Una delicia. en el hotel había abundante información sobre bodegas para visitar, con tarjetas descuento o entradas gratis a algunas de ellas.
Aprovechando la tarjeta descuento del hotel, decidimos visitar otra bodega peculiar: Hess collection Su principal valor no es la experiencia vinícola, sino la magnifica colección de arte moderno. La visita a la colección, curiosamente, es totalmente gratuita y cuenta con piezas realmente espectaculares a la altura de cualquier museo de arte moderno del mundo.
De la bodega lo único que se ve es la sala de barricas, con una luz muy teatral, y la experiencia vinícola resulta de la cata de 10 vinos que ofrecen en la bodega por 10$, un chollo para lo que se estila en la zona. También, como en la anterior, tienen numerosas referencias, así que elegimos 10 vinos distintos cada una para probar 20 diferentes. Cada uno con una personalidad muy diversa.
La bodega organiza visitas guiadas, experiencias culinarias con maridaje de queso y vino, cursos de cata, catas en el jardín, que es también maravilloso con un estanque lleno de nenúfares y varias obras de la colección en el exterior.
Recorrimos el valle entero, aunque nos quedó el vecino valle de Sonoma, menos glamuroso pero con vinos más interesantes y menos comerciales decían por allí las guías. Las estampas fotográficas en el camino son tantas que no puedo recogerlas todas en este blog.
Abandonamos el valle de Napa pensando que es una pena que no consigamos copiar algunas cosas buenas de los americanos. Sobre todo su actitud de conservación y puesta en valor de lo que tienen, desde el más básico nivel personal, hasta las grandes corporaciones. El papel del estado es mínimo y es la propia gente la que se encarga de cuidar su entorno y que todo esté bonito y perfecto para que redunde en el bien general. Una actitud de la que deberíamos aprender y mucho otras regiones vinícolas donde se espera que el peso de la puesta en valor del patrimonio sea únicamente del estado.
De vuelta a San Francisco asistimos a una maravillosa puesta de sol en la bahía. Es increible la luz que tiene esta ciudad, famosa por otro lado por sus nieblas perpetuas. Nosotras debimos de tener suerte.
Para terminar el viaje de cine y glamour en el oeste americano: una limusina, una bandera y el atardecer sobre la bahía... ¿Se puede pedir mas? ¡Claro! Sin duda, volver.
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